El rey y sus súbditos derramaron
lágrimas al morir la amable
sacerdotisa. Dios se apiadó de ellos
y concediéndoles sus deseos, curó
a la sacerdotisa.
La sacerdotisa abrió los ojos como
había hecho cada mañana de su vida.
Y volvió una vez más a la guarida
del monstruo.
"¡Estúpida! ¿Quieres morir
de nuevo?"
"No... esta vez te toca a ti."
La sacerdotisa había ido a derrotar
al monstruo de una vez por todas.
Al ser tan amable la sacerdotisa,
sintió tristeza por tener que cumplir
con su tarea. Pero había que hacerlo.
"Las espadas y las lanzas no servirán.
Las flechas y balas rebotarán.
No puedes matarme,"
dijo entre risas el monstruo.
Pero la sacerdotisa no usó ni espada
ni lanza. Sino que entonó un único
hechizo.
"TU FUI, EGO ERIS."
¿Sabes qué paso entonces?
El monstruo soltó un enorme grito
¡y luego murió y desapareció!
Y de este modo los aldeanos
pudieron utilizar una vez más
sus puertas. Todos le mostraron
su gratitud a la sacerdotisa, y
vivieron felices por siempre jamás.
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